Carta de Francisco Ayala a Eduardo Mallea (03/02/1961)
3 de febrero de 1961
Mi querido Eduardo:
Esta vez me toca a mí sentirme culpable y pedirte disculpas
por no haberte escrito en tan largo tiempo. Es lo cierto que, últimamente,
llovieron sobre mí cosas tan diversas, y tan apremiantes algunas de ellas –lo
que en modo alguno significa importantes; muchas veces, todo lo contrario– que
me han robado la calma indispensable para ponerme a escribir una carta que no
sea de las exigidas por requerimientos prácticos inmediatos.
Y al decir esto, me doy cuenta de que la presente, en cierto
modo, responde a un motivo de ese tipo, ya que te he hecho enviar directamente
desde España un ejemplar de mi nuevo libro de ensayos (en gran parte,
publicados en La Nación a lo largo de
años), editado por Taurus bajo el título de Experiencia
e invención, y como lo recibirás sin dedicatoria, esta carta quiere
suplirte las palabras afectuosas que hubiera deseado escribir sobre la ahora
impoluta portadilla.
He sabido que salió La
vida blanca, así como una edición de La
razón humana. He encargado a la biblioteca universitaria que adquiera ambos
libros, pero todavía no han llegado; creo que muy pronto me daré el gusto de
verlos.
Durante el verano pasado estuvimos en Europa, como creo que
sabrás (me parece, aunque no estoy seguro de mi memoria, que les escribimos a
ustedes una postal desde París; pero bien pudiera ser que todo quedara en la
intención, y esas intenciones perduran más en el ánimo que el propósito
cumplido.) Fuimos a España, cuyo estado presente me interesaba comprobar de
visu, aparte de confrontaciones con el mundo de mi infancia y juventud, que he
cumplido con la intensidad premeditada. Acerca de las impresiones recibidas
habría materia para hablar interminablemente, y como una carta no puede serlo,
más valdrá no entrar siquiera en el tema. En fin, gasté tiempo y el poco dinero
disponible, y aunque no hice nada que se traduzca o pueda traducir en letra
impresa, no lo doy por perdido. Entre otras cosas, dejé que se retrasara una
nueva novelita que tenía entre manos, continuación en cierto modo, y en cierto
modo, no, de Muertes de perro, y
ahora, después de salir de otros apremios relacionados con la cuestion de panem
lucrando, por fin la he terminado. Lleva el horrible título de La gran vidorra, que corresponde al tipo
de horror que me propongo expresar en ella. A la política y miseria de la
anterior ha sucedido, dentro del mismo ambiente, la prosperidad y el progreso.
El resultado es La gran vidorra. Ya
está en poder de López LLausás, y si como deseo la publica pronto, me darás tu
opinión, que tanto estimo.
Aparte de eso, he escrito varios cuentos, varios de ellos
impublicables, por lo menos en revistas de buena reputación y costumbres
honestas. (Y de las otras, me parece que ya no queda ninguna). En fin, con esto
te doy cuenta de mis actividades plumísticas, que son las únicas, casi, a que
me dedico, aparte del aburrido oficio de enseñar al que continuará no sabiendo;
y si quieres saber ahora acerca de los planes para el futuro inmediato, se reducen
a seguir enseñando, como lo haré el próximo verano en Columbia University, y
quizás dar una escapada a Puerto Rico, o a Méjico, para cambiar de paisaje y de
aires. Poca cosa, según puedes comprobar.
Siempre tenemos en la mente la posibilidad de que, algún
dia, se animen a darse una vuelta por acá. Nos gustaría tanto su visita…Y creo
que es sólo cuestión de decidirse, que me parece, para tí y en tu caso, la más
difícil de las cuestiones. Si Elenita tuviera entusiasmo, a lo mejor se
animaban.
Nina me encarga de transmitir sus cariñosos saludos. Y yo
les envio un gran abrazo, esperando que no tarden demasiado en venir sus
noticias. (Desde luego, haz caso omiso del membrete: la dirección personal es
54 W., 16th St., New York 11, N.Y.)
Cordialmente, tu viejo amigo
Francisco Ayala.-