Carta de Francisco Ayala a Luis Muñoz Marín (08/11/1952)
8 de
noviembre de 1952
Hon.
Luis Muñoz Marín
Gobernador
de Puerto Rico
San
Juan, Puerto Rico
Querido
Don Luis:
Después
de nuestra estimulante conversación de anoche en Luquillo, me quedé divagando
sobre varios de los temas que se trataron. Permítame que le comunique algunas
de estas divagaciones y perdone que distraiga parte de su tiempo con una carta
demasiado larga. Puede ser que los puntos de vista de un observador hasta
cierto punto neutral, puedan serle a usted de alguna utilidad.
Para
empezar, me parece muy cierto lo que en aquella reunión se dijo sobre la
novedad compleja de la situación en que inicia usted su segundo período como
Gobernador. Una vez aprobada la Constitución, las circunstancias de Puerto Rico
han cambiado mucho más de lo que podían suponer quienes han tratado de restar
importancia a la nueva ley fundamental del país. El hecho es que el problema
del status político ha quedado resuelto mediante la fórmula arbitrada por
usted, y esto está en el fondo de la conciencia aún de aquellos que lo niegan,
pues se trata de un hecho objetivo que se impone también a quienes no lo
quisieran así. La primera consecuencia de ello es obviamente que el programa
político de los dos principales partidos de oposición cae por su base. Y de un
solo golpe el Partido Popular les ha arrebatado su razón ideológica de existir.
Para ellos la consecuencia es que tienen que actuar en falso, es decir, que se
ven obligados a usar un lenguaje no correspondiente ya a realidad ninguna. Por
consiguiente, canalizarán a los descontentos y darán cauce a la oposición, que
es no sólo inevitable sino deseable, bajo una instrumentación inadecuada. Hasta
ahora, y en las elecciones recientes, esto resulta muy notorio.
En lo
que se refiere al Partido Estadista, su principal base social hace que esto no
sea demasiado grave. Es un partido conservador y es propio de tales partidos el
no poder decir expresamente al público sus intenciones políticas verdaderas,
puesto que ello le restaría toda posibilidad verdadera de triunfo. Necesitan
mantener algún camuflaje, combinado con los recursos de la riqueza, o bien
lanzarse a una demagogia fascista, lo cual no es todavía el caso, por suerte,
en lo que a los estadistas se refiere. La fuerza que ellos querrían utilizar y
en la que probablemente tratarán de apoyarse en el futuro, es la Iglesia.
En
cuanto a los Independentistas, la falta de una ideología congruente con la
realidad práctica, es más grave, pues son un partido emocional y de apelación
popular, de modo que su desconcierto ideológico pudiera llevarlo tanto a las
insensateces demagógicas como a una dirección francamente nacionalista totalitaria.
Por el
momento esta situación en que ha puesto a los dos partidos opositores la
resolución del status político, se manifiesta en el hecho de que ambos van a la
deriva, carecen de un verdadero programa de gobierno y se limitan a la crítica
negativa y de mala fe respecto del partido gobernante. Esto es bueno para los
Populares, siempre y cuando ellos por su parte tengan una línea política firme
y la apliquen de un modo congruente. Pero el mismo hecho de poderse considerar
resulto el status político, le crea al Partido Popular un problema de enorme
gravedad, pues tampoco él puede seguir apoyándose en lo que ya está adquirido
sin caer inmediatamente en una actitud conservadora reducida a capitalizar la
labor ya hecha.
Examinando
esta posibilidad, demasiado real, vemos abrirse ante nosotros una perspectiva
de declinación inevitable que podrá ser lenta. Yo creo que aún así, el Partido
Popular tendrá todavía cuerda para ganar un par de elecciones más, con mayorías
decrecientes. Pero terminaría por sucumbir a la crítica de sus opositores
trabajando en cooperación con el propio desgaste que el gobierno al prolongarse
impone a todo partido político. Por consiguiente, resultaría que éste es un
momento de crisis también para el Partido Popular, al que se le presenta la
tarea de reconsiderar cuidadosamente la situación y prepararse para cumplir una
nueva fase de su existencia sobre bases distintas de las que en el pasado le
han procurado tan fabulosos éxitos.
Por su
composición e historia sería para él lo peor caer en la actitud conservadora a
la que las circunstancias empujan a un partido que ha realizado con fortuna una
gran labor, que ha fundado la Constitución del país en términos universalmente
aceptados (pues ésta es la realidad esencial por debajo de la palabra), y que,
por lo tanto, encariñado con esa obra puede fácilmente creer que basta
aplicarse y perfeccionarla y pulirla. Ello sería tanto como resignarse a
desaparecer del gobierno en un período más o menos largo, y este más o menos
dependería de la rapidez con que sus antagonistas lograran poner en pie un
programa positivo o quizás tan sólo debilitar y desacreditar a los funcionarios
del gobierno. Para que no ocurra así, el Partido Popular tendrá que inventar
nuevas tareas estimulantes y capaces de atraer y entusiasmar a las multitudes
populares. La mera persistencia en la senda seguida hasta ahora será excelente
–y claro está que debe persistir–, pero no basta para infundir el aura de
entusiasmo y de adhesión ferviente que ese mismo programa infundió al pueblo
cuando todavía no era sino aspiración y propósito. Corresponde a la experiencia
universal que las cosas ya adquiridas pierden una gran parte de su atractivo y
desde luego reducen la voluntad a la actitud pasiva de la conversación, dejando
vacantes las potencias del deseo.
Creo
que sobre esto no es necesario razonar y que el propósito de todos es dar un
nuevo impulso al Partido Popular durante la etapa que ahora se inicia. Pero,
¿en qué dirección tendría que ir este impulso? No, desde luego, en la dirección
del status político, que podrá mejorarse pasado algún tiempo en tal o cual
aspecto, pero que fundamentalmente se encuentra resuelto. La propia política
social del gobierno sólo podría proseguirse, mejorarse, quizás intensificarse,
no consiente sino prolongar una línea vigorosamente iniciada. Tampoco aquí
puede haber ese viraje que haga surgir ante la comunidad puertorriqueña un
horizonte de nuevos objetivos. Aparte de eso, resulta a mi juicio muy
recomendable el empleo de máxima cautela en toda legislación de tipo económico
social durante los meses y años próximos.
Es
necesario observar con atención la política de los Estados Unidos y del resto
del mundo, teniendo en cuenta al mismo tiempo que el Partido Estadista querrá
aprovechar sus conexiones con Administración Federal para combatir al Gobierno
de Puerto Rico, presentándolo como un gobierno de tendencias socialistas –y ya
sabemos la palabra que se va a emplear–, realizando experimentos peligrosos,
etc. Si fuera indispensable hacerlo, claro está que no podría vacilarse en ello
por ese tipo de consideraciones. Después de todo, la autonomía del Estado Libre
Asociado y la situación legal en su conjunto, resguarda la política que quiera
llevar a cabo el gobierno legítimo elegido por el pueblo. Pero, ¿es necesario
acaso someter a prueba la consistencia de una situación que todavía es tierna?
A mi parecer, no. El marco de la legislación que ya se encuentra en vigor
permite holgadamente el perfeccionamiento y progreso de la política social del
gobierno sin necesidad de elaborar nuevas leyes que después de todo estarían
dependiendo de las posibilidades económicas reales, cuando éstas permiten la
elevación de los niveles de vida de las clases más pobres con sólo utilizar los
instrumentos legales ya existentes. El mecanismo de los impuestos, cuyo aumento
molestará mucho a los afectados, pero nadie podrá calificar con feos nombres
políticos, ha demostrado ser en todas partes apto para operar revoluciones
sociales que antes se creía no poder cumplir sino mediante cruentos trastornos
y luchas. Un hábil manejo del sistema contributivo puede ser infinitamente más
eficaz que leyes sociales nuevas susceptibles de ser motejadas y combatidas de
mala fe. La política social del gobierno deberá pues, a mi entender, continuarse
e intensificarse pero sin llamar la atención sobre ella ni convertirla en el
punto central de la nueva política del gobierno.
El
campo, donde a mi parecer pueden encontrarse los objetivos de la futura etapa
de gobierno, es el de la cultura. Actualmente el problema de educación pública
en Puerto Rico debe considerarse pavoroso a pesar de todos los esfuerzos hechos
con mayor o menor fortuna hasta ahora en diferentes grados del sistema
educativo. Me parece que es ahí donde más aprieta la necesidad hoy en día, y en
esto podemos darle la razón al Obispo de Ponce: ahora hay que ocuparse de lo
espiritual (que es también muy material, naturalmente). Sin embargo, y aún
cuando la motivación principal fuera la de acudir a la necesidad, no hay que
olvidar que esto contiene en sí promesas de éxitos tan clamorosos como los
alcanzados en el pasado. Pero insistimos antes de hacer referencia a ello en la
necesidad misma. Por una parte, está el problema de la educación
infra-universitaria, del que ya me he ocupado yo en algún artículo y en muchas
conversaciones con diversos amigos, y sobre el que no voy a insistir ahora,
limitándome a afirmar –y no creo que la afirmación sea temeraria–, que la
situación es sencillamente desastrosa.
Me
referiré en cambio al campo universitario en el que estoy trabajando, y que
conozco mejor. La Universidad está cumpliendo con bastante éxito, dos funciones
principales: por una parte, la de formar en masa profesionales de diferentes
especialidades y complementar, también en masa, la educación general en un
nivel superior. Y por otra parte, la función de formar las minorías dirigentes
del país en un proceso de selección democrática, mediante la igualdad de
oportunidades, pero con el inexcusable criterio de exigencia creciente en lo
que se refiere a la capacitación. El crecimiento del país hace necesario en
medida creciente hombres capacitados para asumir y desempeñar una gran cantidad
de funciones tanto oficiales como no oficiales, requeridas por la sociedad
puertorriqueña. Todavía nos encontramos en la fase durante la cual, por escasez
de hombres preparados, es necesario cargar sobre los hombros de los que existen
tareas diversas y muchas veces abrumadoras. La Universidad, con su constante
progreso, está proporcionándole al país esas minorías selectas que han de regir
su vida en los diferentes aspectos. Pero es indispensable insistir en esta
tarea e intensificarla sin tregua. De hecho se ha alcanzado ya a tener una
Universidad de una categoría tal que constituye efectiva atracción sobre los
estudiantes de muchos países.
En
estos días últimos estuvo aquí un alto funcionario del Gobierno Brasileño y de
las Naciones Unidas, el Dr. Benedicto Silva, antiguo amigo mío, quien ha visto
diferentes actividades de la Universidad y del Gobierno, quedando tan entusiasmado
de todo ello que desea traer a estudiar a nuestra Escuela de Administración
Pública por lo pronto quince becarios de su país y además se propone organizar
una expedición de legisladores brasileños para que estudien los problemas en
vías de solución con lo que está bregando el Gobierno de Puerto Rico.
La
Universidad se encuentra actualmente en trance de convertirse de hecho y por su
propio prestigio en un centro de irradiación de influencia puertorriqueña sobre
los otros países latinos del continente. El proyecto que existe de fundar una Escuela
de Periodismo puede ser otro nuevo factor de influencia enorme en el desarrollo
cultural del país, si esta escuela no se concibe en forma raquítica sino con la
amplitud necesaria para integrar la llamada cultura popular (prensa, radio,
televisión, etc., etc.) con la cultura de la Universidad. No hay que decir que
la influencia ejercida por esta última institución a través de tal escuela
sobre el pueblo puertorriqueño, sería también indirectamente una influencia
política educativa dentro de las aspiraciones democráticas que el Partido
Popular comparte. Hasta aquí he considerado la necesidad de atender
intensamente el aspecto cultural en la futura obra de gobierno. Veamos ahora de
qué modo esta tarea puede constituir objetivos que ofrezcan una atracción, que
sean capaces de entusiasmar a la totalidad del pueblo.
Por lo
que se refiere a la política educativa los grados infra-universitarios, no creo
conveniente insistir; me parece obvio y el ejemplo de otros países, México
entre ellos, lo acredita, que es muy posible entusiasmar a las masas populares,
adhiriéndolas emocionalmente a una cruzada de mejoramiento educativo. La
película puertorriqueña recién premiada sobre el tema de una escuela para
adultos, ilustra perfectamente lo que quiero indicar con esto. Me parece a mí
que el pueblo puertorriqueño tiene más hambre de libros que urgencias
económicas o por lo menos sufre deficiencias en ambos aspectos por igual. Un
sistema educativo que incluya todos los elementos modernos y que incorpore a su
vez ciertos factores de asistencia social y que no se olvide de que la
finalidad de la enseñanza consiste principalmente en eso, en enseñar, puede
fácilmente concitar la atención activa y entusiasta de las multitudes
populares. En el otro aspecto, en el de la enseñanza universitaria, los frutos
no serían menos abundantes ni menos generosos. La gente es muy sensible a las
emociones del prestigio; y esta sensibilidad tiene que ser mayor aún en un
pueblo como el puertorriqueño que durante decenios ha vivido la humillación. La
alegría general que suscitó el ver ondeando la bandera del país libremente,
puede dar una idea de los sentimientos más profundos y de un respeto universal como
el que ya comienza a sentirse por el país, fuera de él, y como el que se
desarrollará sin duda alguna cuando esta Universidad haya aumentado la labor
que ya está haciendo y sea un centro de atracción de jóvenes estudiantes de
diversos países. A ella debe vincularse también un factor de propaganda honesta
y muy indirecta, cuyos resultados son tan generosos como algunos ejemplos
recientes lo demuestran. Personalidades que recibirían tal vez con recelo una
invitación del Gobierno para visitar la isla, no tendrán ninguno en acudir a la
Universidad y darse el gusto de pronunciar en ella una conferencia, recibiendo
con tal ocasión el impacto de la vitalidad del país y de la actividad de su
gobierno. La ocasión próxima del Cincuentenario de la Universidad merece ser
considerada como muy favorable en este sentido.
Ciertamente
es más difícil articular una política atractiva para la masa popular sobre la
base de la enseñanza universitaria que sobre la base de los grados inferiores;
pero los resultados indirectos de esta última serían no sólo complementarios
sino por lo menos tan eficaces como los de la primera. Este terreno es el que
ahora se abre evidentemente para el progreso de Puerto Rico una vez que ya se
ha conquistado el terreno del status político satisfactorio y se está
cultivando con excelente rendimiento el de la política económico-social. De lo
que se haga ahora en el orden de la cultura depende que Puerto Rico adquiera
una fisonomía internacional bien definida y que ejercite su influencia dentro
del mundo de lengua española a la que nadie mejor que una pequeña isla puede
desarrollar en las condiciones del presente.
Volviendo
ahora para terminar a un plano más cotidiano, concluiré estas reflexiones
manifestándole mi creencia de que sería muy conveniente estudiar con bastante
precisión los procedimientos parlamentarios, antes de que se reúnan las
Cámaras, para evitar el ser juguete de las maniobras de la oposición, cuyo
único interés está en desacreditar a la Administración usando los recursos
reglamentarios y planteando cuestiones escandalosas, con base o sin ella, pero
siempre con mala fe (pues ésta es la ley de la política), obstruyendo la labor
del Gobierno y poniendo en la picota a sus servidores. Los procedimientos
parlamentarios que se establecen deben ser lo bastante amplios para permitir la
crítica y el debate, pero lo bastante estrictos para impedir el abuso por parte
de las minorías, –y esto se lo dice quien ha sido oficial letrado de un
Parlamento y conoce bien por dentro las artimañas que consiente el
procedimiento y los abusos que una minoría hostil puede cometer amparándose en
las disposiciones reglamentarias.
En
principio, la cuestión estaría en que el Gobierno mantenga siempre la
iniciativa en las tareas de las Cámaras, llenando el orden del día con sus
propios proyectos y no prolongando las sesiones ni los períodos de sesión más
allá de lo indispensable. Ustedes tienen demasiado a la vista el modelo del
Congreso Norteamericano, y ese es un mal modelo porque en cierto modo se ha
hecho anticuado. Se ideó para unas circunstancias muy distintas de las actuales
y en todo caso muy distintas de las de un pequeño pueblo como es Puerto Rico
con relaciones políticas sumamente trabadas. En el Congreso Norteamericano la
iniciativa de la labor parlamentaria queda abandonada a las propias Cámaras, y
esto aquí sería peligroso en grado sumo porque implicaría sencillamente que esa
iniciativa quedaría abandonada a los partidos de oposición, ya que la mayoría,
por su solidaridad con el Gobierno, no puede tener iniciativa independiente de
éste. Es el Gobierno mismo el que ha de cuidarse de mantener en su mano las
riendas de la tarea legislativa, dejando pocos huecos para la labor de
destrucción crítica. Esto es muy esencial, cuando la oposición es activa, según
puede predecirse que lo será en los años próximos.
Un
último punto quiero mencionar, aunque queda fuera del ámbito de nuestra
conversación de anoche. Tengo entendido (o si lo prefiere, supongo) que está
considerando la posibilidad de emitir nuevos indultos. Si es así, –y en esto
coincido con otros amigos que lo son también de su Gobierno– me parece que el
ejercicio soberano de la gracia debería de afectar a todos los culpables de la
rebelión nacionalista. No puede haber ningún daño en esa magnanimidad, y sería
de un efecto sumamente saludable desde todos los puntos de vista.
Perdóneme
que me haya extendido en tan kilométrica carta y reciba un gran abrazo de su
buen amigo,
Francisco
Ayala