El pasado día 9, en la tertulia mensual dedicada a ‘Lecturas de Francisco Ayala’, hablamos largo y tendido sobre ‘Muertes de perro’.
Leer un libro es como conocer a un bebé: una de las primeras cosas que uno hace es buscarle parecidos. A ello nos entregamos durante una parte de la sesión del pasado 9 de mayo de las «Lecturas de Francisco Ayala», en la que a Muertes de perro le salieron tantos ascendientes remotos como descendientes de hoy; pero, sobre todo, se hizo hincapié en lo cercano: la llamada novela de dictadores, especialmente Valle-Inclán, Asturias y Vargas Llosa (y un aire a Onetti, se añadió), y la narrativa experimental de los sesenta. Se constató una vez más que, en ese sentido, cada quien hace su lectura; Ayala mismo discutió tales parentescos, pero ello no quita para que vengan a la mente del lector.
Otra cuestión muy comentada fue la de la complejidad de la obra, considerada, en general, como virtud, pues no es tanto que sea oscura o enrevesada como que, por su condensación, requiere de lectores atentos. Valga como prueba de ello lo difícil que nos resultó hacer un resumen del argumento: tomamos como base uno sacado de Internet que, al leerlo en voz alta, nos pareció intransitable; tratamos entonces de pergeñar uno allí, sobre la marcha, pero no terminaba de funcionar; y solo ahora, días después, doy con una buena sinopsis, que, claro está, proviene de un lector atento: un lector profesional.
(Del Expediente 429-69 (15 de enero de 1969) en solicitud de Depósito de la obra Muertes de perro, editada por Alianza. Sección de Ordenación Editorial, Dirección General de la Cultura Popular y Espectáculos, Ministerio de Información y Turismo. Archivo General de la Administración). O, en breve, informe de la censura.
El lector, como ven, demuestra una admirable capacidad de síntesis y resume muy bien la novela en un párrafo, pese a la «perspectiva oblicua» de Ayala y a su empeño en «llamar constantemente» a las cosas por su nombre…