Las cartas que mencionan el lugar

95, Avenue Kléber

cartas 1 al 1 de 1
FECHA
14/05/1957
REMITENTE
Francisco Ayala
DESTINATARIOS/AS
Eduardo Mallea
DESTINO
95, Avenue Kléber
ORIGEN
S.l.
FICHA DESCRIPTIVA

[Carta mecanografiada con firma autógrafa y con membrete:] EDITORIAL UNIVERSITARIA / UNIVERSIDAD DE PUERTO RICO / RIO PIEDRAS. P. R.

DEPÓSITO DEL ORIGINAL
Archivo Eduardo Mallea

Carta de Francisco Ayala a Eduardo Mallea (14/05/1957)

14 de mayo de 1957

Sr. Eduardo Mallea

Embajador de la República Argentina

95, Avenue Kléber

PARIS XVIe, FRANCE

Querido Eduardo:

Tus cartas llegan por fin a esta islita maravillosa después de recorrer el mundo; tanta más alegría me traen. Al final, para que no se diga que es falso aquello de la vanidad de los propósitos humanos, tuve que renunciar a la parte más atractiva de mi viaje y regresarme desde la India, sin haber visto más que una pequeña parte de lo que me proponía, y eso por varias razones, entre ellas la escasez de recursos pecuniarios. Estuve sólo en Bombay y New Delhi, por ese orden, y no podría describirte la impresión que me hizo la primera de ambas ciudades. Supera a cuanto me imaginaba y a cuanto yo estaba preparado a encontrar. Es un trópico alucinante (a pesar de que conozco mucho, parecido, juntando mis experiencias del Brasil y de las Antillas) y lo que más me fascina es la multitud de ojos clavados sobre uno. Es como si de pronto todas las estrellas del cielo tomaran conciencia y se pusieran a observarnos, medio distraídas, medio burlescas y sabiéndose también mortales. Esta sensación anonadadora supera a todo lo pintoresco e inunda ese mundo de formas infinitamente varias, en donde la decadencia parece sobrepujada por lo que sigue naciendo con su destino a sucumbir quizás enseguida, pero de cualquier manera pronto.

Voy a confesarte que en mi desistimiento de continuar el viaje descubro ahora un ingrediente de terror que me hace ver como pretextos bien aprovechados las que en su momento me parecieron razones válidas. Es terror a uno mismo, a hundirse para siempre. Y sin embargo, creo que volveré alguna vez, tomando la ruta opuesta, es decir la del Pacífico.

Al enviarme tus cartas me dice Nina, hija, que tiene también el anuncio postal de los libros remitidos desde Buenos Aires. Le he dicho que los retenga un poco, porque quizás yo vaya a Nueva York a hacerle una visita de algunos días; si esto no cuajara, se los pediría para que me los envíe aquí, pues tengo muchos deseos de leerlos, como bien puedes imaginarte, tanto los nuevos, como las Notas de un novelista que hace tanto tiempo se me vienen escapando de entre las manos. Cuando los haya leído te escribiré con mis impresiones.

Continúo trabajando en mi novela, sin prisa, pues mi ritmo es muy lento para la invención literaria, pero ahora también sin cesar. Ya tengo en limpio la mitad; no va a quedar muy voluminosa, por lo que puedo darme cuenta. Creo que va a hacer [sic] un libro aun más desagradable que el anterior, a pesar de que éste ya lo era bastante y ha habido quien no ha podido tragarlo y quien ha reaccionado de un modo casi histérico, que es el tono de una carta de María Zambrano, recién recibida, donde se queja de su eficacia corrosiva. Quizás tienen razón, y quizás sea bueno –literariamente– dar a mi nueva novela un contrapunto de inocencia y buenos sentimientos a cargo de algunos personajes femeninos que compensen la brutalidad despiadada del resto.

Perdona que monologue contigo sobre estas cuitas mínimas de escritor que a nadie confiaría sino a quien sé que las padece por su parte.

Verías, supongo, publicado en el diario el artículo sobre la Universidad. No es el final de cuentas sino una parte pequeña de cuanto habría que decir. Ayer mismo leo una información sobre los motines de los estudiantes de medicina en protesta contra el examen de ingreso....

La descripción, o las alusiones, mejor dicho de la primavera en París, que contiene tu carta le han puesto los dientes largos a Bayón, a quien leí el párrafo, e incluso a mí mismo no obstante haber estado ahí hace poco tiempo, durante el no menos bello invierno. No dejen ustedes de aprovechar su estada con toda la posible intensidad. Dile de mi parte a Helena que se olvide de sus decaimientos y tome la vida con más apetito, porque en cierta medida también puede elegirse a voluntad entre lo bueno y lo malo, lo agradable y lo desagradable que las circunstancias presentan muy mezclado.

Y nada más por hoy sino un gran abrazo de tu amigo

Francisco Ayala.-

FA/cvr