Caminaba sin pausa, a paso ligero y sin volver la vista atrás, sorteando los charcos que se habían formado por la lluvia la noche anterior. Seguía oyendo las pisadas detrás de ella, primero un pie y luego otro, movidos con sigilo, pero aun así hacían ruido, recorrían cada paso que daba sin cesar.
Rebuscó en su bolso y encontró lo que buscaba, un pequeño espejo con una luna dibujada en la tapa; lo abrió y miró el camino que tenía detrás, las pisadas se habían desvanecido y con ellas su dueño; estaba ella sola, y los árboles que la rodeaban. Siguió andando.
De repente un ruido de ramas a su lado la hizo sobresaltarse; miró hacia el foco del ruido, y apareció una anciana.
-Perdona, te has dejado la cartera en el bar -dijo la anciana, dándosela.
-Oh, gracias; la había olvidado. ¿Por qué ha ido entre los árboles?
-Tomaba un atajo.
(Escrito por Marta Soriano Herráez. 4.º ESO)