Érase una vez en Davos Platz…

Érase una vez en Davos Platz…

¿Puede un libro de más de mil páginas escrito por un autor alemán ser considerado un cuento?

Para la traductora Isabel García Adánez, que conoce mejor que muy bien La montaña mágica, su interpretación más acertada es la que la considera como un gran juego intelectual. Aunque las más de mil páginas de su extensión y el estigma de aburrido que pesa sobre su autor lo hagan difícil de asumir, La montaña mágica no es más que un cuento.

García Adánez nos convenció de ello el pasado día 30 de enero aquí, en Alcázar Genil, durante la primera sesión del ciclo Qualis avis, talis cantus; y escogió dos casos para ilustrarlo y para explicar, al mismo tiempo, el tipo de decisiones que hubo de tomar en la traducción.

Sirva esta bitácora para compensar a quienes no pudieron acudir a la sesión: vean un testimonio gráfico (tomado por Krum Krumov, el fotógrafo habitual de la Fundación)…

… y lean este pasaje, tomado de otra charla de la traductora, en el que explica uno de los casos mencionados:

«Al final de la obra, cuando Hans Castorp lleva ya siete años en el sanatorio, ha vivido todas las aventuras que le estaban destinadas (el amor, el descubrimiento del cuerpo, la filosofía de distintas escuelas, el estudio de textos de medicina, la muerte de los compañeros, etc.) y, cansado de juegos intelectuales, se dedica tan solo a escuchar discos y hacer solitarios de cartas, estalla la Primera Guerra Mundial: «la tempestad que hace saltar por los aires la montaña mágica y despierta de golpe a nuestro Siebenschläfer«. He aquí el problema: el Siebenschläfer, que literalmente es algo como «el durmiente del siete», es un personaje de los cuentos populares alemanes que no existe y no se conoce en las culturas hispánicas. Muy relacionado con otras leyendas, como la de Tannhäuser y el monte de Venus, clara fuente de La montaña mágica, en el Siebenschläfer, un joven se adentra en el bosque y, fascinado por su magia, se echa a dormir un rato… que, sin embargo, son siete años tras los cuales su familia ha muerto y todo su mundo se ha venido abajo. Para cualquier lector alemán de más de tres años, es una clave que ilumina la novela entera y la presenta como un gran cuento: una invención del escritor con ganas de jugar; sin embargo, y como no podemos dejar el nombre en cursiva y añadir una nota, por breve que fuera, hemos de decidir si neutralizar lo que no tiene traducción para dejar al personaje en «durmiente» (o si acaso llamarlo de otra manera: «lirón», «marmota»…), quitando ese foco de luz sobre el texto, con todo lo que ello conlleva, o si compensar la ausencia de un término equivalente, aunque implique tomarnos ciertas libertades que podemos defender alegando la importancia del cuento, del juego y de la ironía en la obra de Mann. Finalmente, la opción elegida fue: «la tempestad que hace saltar por los aires la montaña mágica y despierta de golpe a nuestro bello durmiente», y consideramos que merecía la pena arriesgarse a recibir la carta de algún lector avispado que pudiera quejarse a la editorial que la traducción es mala porque la traductora confunde un cuento con otro».